Mal de Luchos, consuelo de ...

Lucho Uno: Ayer trabajó hasta muy tarde. Fue el último en retirarse de la oficina, cansado y con hambre, sin fuerzas como para desconectar la extensión de corriente que desde hace una semana está caliente y con dificultad para desenchufarla del tomacorriente. Hoy de madrugada una llamada telefónica lo despertó: los bomberos estaban apagando el fuego originado en su oficina.

Lucho Dos: Trabaja cuatro años en la misma oficina, mismo escritorio, mismo lugar, mismo teléfono de color crema que fue de color blanco, misma ventana con la luna rajada. Después de un temblor el pedazo de vidrio cae al piso, felizmente no transitaba personal por ese lugar.

 

Lucho Tres: Tiene dificultad para cerrar la puerta de su oficina: se atasca en la parte superior y tiene que ejercer presión para abrirla o cerrarla. ¿Para qué llamar a un carpintero si es algo insignificante? Pensó.

 

Lucho Cuatro: Trabaja en un taller de metal mecánica, le fastidia ponerse el nuevo modelo de tapón de oídos. A los tres meses acude al médico porque no escuchaba el sonido de su celular. Diagnóstico: Hipoacusia.

 

Lucho Cinco: Albañil de los antiguos, se percata que la punta de acero de su bota derecha se ha salido, lo reemplaza con un cartón grueso, “es inútil pedir otro par de botas, solo faltan tres días para culminar la obra”. En la tarde le cae una tabla de madera y se fractura tres dedos del pie derecho. 

 

Lucho Seis: Chofer de la camioneta de la empresa. Enciende el carro, presiona el freno y se va de largo hasta el fondo. Tiene que llegar a tiempo a la oficina, decide arrancar pues tiene que recoger a su jefe. Piensa que no es tan urgente llevar el carro al mecánico, “mejor lo llevo mañana”.  Cuando la camioneta se perdió en la esquina, se escuchó un golpe seco. Quedó herido, se salvó de milagro.

 

Lucho Siete: Ingresa al servicio higiénico, se cuida en lavar bien las manos, el caño no cierra bien, escapa agua. “Tanta plata que tiene la empresa y no puede arreglar este caño” dijo en voz baja mientras se alejaba del servicio. Después del refrigerio un grito de dolor irrumpió en toda la oficina. “Alguien se ha caído en el baño”, se escuchó.

 

¿Qué tienen de común estos Luchos?

¿Por qué se tuvo que esperar que ocurra una lesión, un accidente o un hecho indeseable?

¿Conoce a algún Lucho como los de este relato?

 

Los Luchos de este relato son personas cuya actitud proactiva es casi inexistente, por lo que reportar condiciones y conductas inseguras no tiene sentido para ellos.

 

Es muy común que en las empresas se capacite al personal sobre conductas y condiciones inseguras, se firme por duplicado la asistencia, que les tomen fotos con los pulgares optimistas apuntando al cielo. Todos tiene su separata, una copia del power point de la clase. Todo estuvo bien, perfecto… hasta que ocurre un accidente.

 

Después de una exhaustiva investigación, se llega a paradójicas conclusiones: “si los capacitamos justo en ese tema” y se preguntan ¿Por qué no lo reportaron?

 

Si bien es cierto la prevención es una actitud proactiva frente a un riesgo, muchos de nuestros lectores se estarán preguntando ¿cómo hacemos para desarrollarlo en nuestros colaboradores?

He aquí algunos aportes que la experiencia nos permite compartir.

 

La prevención requiere información previa, tener conocimiento de los beneficios que genera una conducta o condición segura. Si nos concentramos en el daño o perjuicio, lo asociamos con el temor, adoptamos posturas y actitudes seguras por un tiempo y después regresamos a lo habitual.

La prevención tiene un alto contenido motivacional. Cabría preguntarse ¿Hay algo mas importante que estar sano? Si le explicamos a un trabajador sobre la importancia de cada uno de los dedos de su mano, de la prodigiosa ingeniería ósea para mover un dedo y después resaltar los beneficios de utilizar los guantes, hay más probabilidades que no sólo utilice correctamente los guantes, sino que los cuiden y reporten si se deterioran.

 

Las actitudes preventivas se aprenden, de aquí la importancia de un programa de capacitación que no solo esté orientado a los procesos de calidad y la formación técnica, sino dedicar buena parte de ella a centrarse en el factor humano. Cursos como autoestima, autocuidado, comunicación, ayuda a reforzar las actitudes y conductas favorables para un trabajo seguro.

 

Un último aporte está referido a cuestionarse, si los trabajadores identifican una conducta o condición insegura, ¿Por qué no lo reportan? ¿no será que sacrificamos prevención por producción? ¿el mando medio transmite correctamente la política de seguridad y salud de le empresa? Los líderes (llámense dueños o jefes) ¿están comprometidos con la seguridad? ¿sabemos que opinan los trabajadores de la prevención y la seguridad? ¿reporta y te felicito? 

 

En los países latinos es muy común la frase “mal de muchos, consuelo de tontos” y se recurre a ella para justificar un hecho indeseable que es común. Luego se convierte en profecía: “Tarde o temprano todos tendrán un accidente” “Menos mal que perdiste un dedo, otros pierden la mano” y cuando ocurre un accidente ya se tiene el pretexto perfecto. 

 

Los accidentes no dejan de ser accidentes porque afectan a todos. Los accidentes no son mala suerte, ni una maldición divina. Los accidentes ocurren porque el factor humano no toma conciencia que una condición o conducta insegura, tarde o temprano ocurrirá un accidente por no tomar las acciones correctivas.

 

Una conducta o condición insegura no la podemos pasar por alto, hay que volverla visible, reportarla, debemos centrar nuestros esfuerzos para que los “Luchos” se conviertan en agentes preventivos. 

 

Espero que este artículo lo invite a reflexionar sobre lo absurdo del refrán “Mal de muchos, consuelo de…”

 

Con el perdón de los Luchos.

 

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