Sucedió el 31 de diciembre

Armando Wachi jamás imaginó la forma como conseguiría un empleo.

 

Armando nació en un pueblito ubicado a 3,200 metros sobre el nivel del mar, alejado de la capital a 8 horas en bus más dos horas en caballo. Su carácter disciplinado, sus logros en el deporte y sus casi 2 metros de altura lo calificaron para ser elegido brigadier general de su colegio desde primero de secundaria. Se ganó el respeto y admiración de todo su pueblo, cuando en la competencia de atletismo, llegó en primer lugar y 10 minutos después lo hizo el segundo.

Desde muy pequeño quería trabajar en la capital, sus padres le disuadían diciendo que en la capital no tenían conocidos ni menos familiares ¿dónde pues vas a llegar? le repetía su madre.

Pero Armando era un hombre de retos. Una noche aprovechó la festividad que se realizaba en el pueblo para escaparse. Cansado de caminar hasta la carretera, un camionero se compadeció de él y aceptó llevarlo, en la tolva. Allí, entre sacos de papas y verduras y mirando las estrellas viajó Armando. Los últimos recuerdos que se le aparecieron fueron imágenes de su chacra, el olor a estiércol y el sonido de las hojas de sauce. El camión desapareció por la carretera sorteando curvas y cerros, siguiendo los letreros que orientaban a Lima. Armando sentía los músculos de sus brazos y piernas rígidos, la respiración entrecortada. Se quedó dormido con el cuerpo cansado, pero no desanimado.

 

No desanimarse ante las adversidades era una de las tantas cosas que sus padres le habían enseñado, como único hijo, pusieron su esfuerzo en transmitirle las costumbres ancestrales de convivencia: siempre saludar, pedir las cosas por favor y no olvidarse de dar las gracias.

Armando despertó sobresaltado por el ruido de los cláxones y se percató que el camión avanzaba lentamente, observó casas de dos y tres pisos, sintió el aire más húmedo, comprendió que no solo estaba llegando a un lugar desconocido, sino que había llegado a cumplir su reto de trabajar. Solo unas palabras se repetían en su memoria: “En la capital no tenemos conocidos, ni menos familiares”

 

Armando bajó del camión y deambuló por el terminal terrestre, al principio estaba mareado de tanta gente y bulla que provenían de todos los puntos cardinales. Camino como dos horas y se detuvo delante de una señora que tenía una vestimenta con colores llamativos parecida al de sus paisanas, solo le faltaba el sombrero. La señora estaba frente a un gran cajón de madera, con una olla humeante, rodeada de varias botellas con líquidos de diferentes colores, que las agitaba y terminaban en un vaso, que los clientes llamaban emoliente.

- ¿Tú eres de aquí?

- No. Contestó con timidez.

- ¿Qué haces por aquí?

- He venido a Lima para trabajar.

- ¿Dónde?

- No sé.

- ¿Y de qué vas a vivir?

- No sé.

- Mire joven, al frente hay una fábrica, abren a las 6 de la mañana, están necesitando gente para trabajar. Me parece que tienes hambre, te invito una emoliente y un pan.

- Gracias señora.

 

 

Armando se dirigió a la fábrica, en cuya puerta de metal había un letrero blanco con letras negras “se necesita obreros”

Cuando el jefe de personal llegó, vio en la puerta a un hombre alto, mucho más alto que él. 

- ¿Viene por la entrevista?

- Sí señor, buenos días.

- Pase por aquí, tome asiento.

- Muchas gracias, contestó Armando.

- ¿Tus papeles? 

- No tengo.

- ¿Qué has estudiado?

- Secundaria hasta el tercer año.

- ¿Algún oficio técnico?

- Trabajé en la chacra de mis padres, se sembrar, cosechar…

 

El jefe de personal, tenía cruzado los brazos, su mano izquierda acariciaba su nutrida barba y movía lentamente su cabeza de arriba hacia abajo, Armando podía apreciar su calvicie y sus ojos redondos.  

A ver, cuéntame de ti. 

Armando le explico cómo era el clima de su pueblo, el frío en la sombra y el calor en el sol, sus costumbres, como era un día típico en la chacra, el respeto a los mayores, y como logró fugarse de su pueblo.

- O sea que lo hiciste como un reto, tú querías trabajar aquí en Lima.

- Sí, señor.

- ¿Y dónde vives?

- He llegado hace unas horas a Lima, no tengo a donde ir, no tengo familiares ni conocidos.

- O sea que no tienes papeles, ni estudios técnicos y no tienes domicilio.

- Así es señor.

 

El jefe se levantó y dirigiéndose a la puerta le dijo que la entrevista había terminado.

Armando le extendió la mano.

- Muchas gracias, muy buenos días.

- Perdón ¿qué me has dicho?

- Muchas gracias, muy buenos días.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Armando Wachi, señor.

- ¿Wachi?

- Si es un apellido común en mi zona

- Espérame un momento. El jefe de personal se retiró de la oficina pronunciando en voz baja wachi, wachi, wachi.

A los oídos de Armando Wachi, le llegaban sonidos de claxon, de gente caminando, de uno que otro vendedor de botellas, intentaba traducirlos, pero llegaban muy rápido y al mismo tiempo.

- ¡Te tengo buenas noticias Armando Wachi!  por algo pasan las cosas, ayer el vigilante de la fábrica ha renunciado así que el puesto es tuyo, comienzas en dos horas.

- Muchas gracias señor.

Armando estuvo como veinte minutos frente al espejo, tratando de anudarse la corbata, acostumbrándose al uniforme marrón oscuro, con botas y gorro con el nombre de la empresa.

- ¡Ven acompáñame Armando! te voy a presentar al personal.

      Con ustedes nuestro nuevo vigilante el señor Armando Wachi, para quien pido un     

      fuerte aplauso de bienvenida.

- Muchas gracias, dijo emocionado, muchas gracias.

Desde su puesto de trabajo, Armando pudo divisar a la señora de la emoliente, atendiendo a sus clientes, sólo le tomó unos segundos acercarse a ella, y decirle:

- Muchas gracias señora, ya estoy trabajando en la empresa.

- Te felicito, lo celebraremos con una emoliente. ¡salud!

Y así pasaron los días de Armando Wachi, quien llegó a convertirse en el trabajador del mes, el trabajador más educado y el trabajador más puntual. Se ganó el respeto y admiración de los jefes y de los dueños de la empresa. Siempre saludando, siempre contestando.

- Buenos días señor

- Buenos días don Wachi.

 

Llegó fin de año y la popularidad de Armando Wachi fue creciendo a tal punto, que el personal recolectó víveres y regalos para obsequiárselos y el mismo Gerente General solicitó entregárselo y que se perennice el momento con una foto.

Armando Wachi, atinó a decir: Aprovecho para agradecer a todos ustedes, muchas gracias.

- ¿Y qué vas a hacer con todo esto? preguntó el gerente general.

- Gracias señor, enviaré una encomienda a mi pueblo

 

 

El 31 de diciembre le tocó guardia, a las 10 de la noche la altura de Armando Wachi resaltaba entre el conglomerado de gente que caminaba en la calle, Armando buscó con la mirada a la señora del emoliente.

 

A las 12 de la noche, comenzó el rito del año nuevo, luces multicolores y cuetes surcaban el cielo. En la calle las personas se saludaban y abrazaban por un nuevo y feliz año.

Armando Wachi ingresó a la fábrica y salió con un panetón en la mano, caminando decididamente hacia la emolientera.

 

Buenas noches señora, esto es para usted. Gracias a usted conseguí trabajo.

Ella lo abrazó creyendo ver al hijo que nunca tuvo y él la miró recordando las palabras de sus padres: “siempre saludar, pedir las cosas por favor y no olvidarse de dar las gracias”

 

Feliz año….

 

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