Peripecias de un inge.

La verdad es que me cuesta trabajo entender ¿cómo ingresé a esta empresa? Recuerdo que cuando postulé, pasé por varias evaluaciones. Las más difíciles fueron las psicológicas, lo mío nunca fue el dibujo, mucho menos dibujar a una persona. Primero dibujé al hombre y luego a la mujer, creo que fue en ese orden, lo que si no me acuerdo, es si le puse el piso, pero en fin, luego vinieron las pruebas con unos cubitos, con laberintos. Las hice tan bien que la psicóloga me felicitó.

 

Ya había tenido experiencias de trabajo en empresas del sector construcción, después de mi MBA me sentí sumamente capaz de cambiar de trabajo en el que pueda desarrollar mi ingenio, por algo soy ingeniero. No creo que sea falsa modestia contar que, desde el colegio fui un alumno aplicado, en la universidad también lo fui, y en el MBA obtuve el primer puesto.

 

No me fue difícil conseguir trabajo, tenía mi red de contactos, o lo que llaman networking, es decir un amigo siempre tiene un amigo, que tiene un amigo, que tiene un amigo y así sucesivamente. Realmente funciona. Así conseguí mis primeros tres trabajos, el primero como administrativo, que me resultó aburridísimo, después un trabajo en Lima, como ingeniero prevencionista y el último como supervisor general de prevención, en una obra que demando seis meses y más de tres mil trabajadores. Estudiaba y trabajaba, cuando terminé el MBA decidí cambiar de trabajo, pero esta vez sin utilizar el networking. Quería experimentar que sucede, si dejaba de utilizar mi red de contactos. En pocas palabras quería ser un mortal postulante más.

 

Me inscribí en varias páginas web, a todas les puse el mismo password: proactivo20. También recurrí a leer los avisos del día domingo, me aconsejaron que buscara los avisos grandes en la página impar, así lo hice, envié mi currículo vitae a los correos correspondientes, fui cuidadoso de no enviar a los correos Hotmail, Yahoo! o Gmail. sino a los que tenían dominio propio. Lo hice por tres semanas seguidas, esa fue mi primera estrategia para buscar un nuevo empleo.

 

Después de una semana de espera, comenzaron a llamarme. Yo tenía preparado mi libreto de lo que iba a decir sobre mí, sobre todo de mis fortalezas y debilidades y de mi experiencia laboral, tenía una excelente respuesta para la pregunta ¿Por qué se retiró de la empresa en la que trabajaba? Fue toda una aventura pasar por las entrevistas, cuando salía de la empresa, anotaba las preguntas en mi agenda azul. He aquí algunas: ¿de qué te sientes orgulloso de tus anteriores trabajos? ¿cómo mides la eficacia de tu gestión? ¿cómo negocias con el sindicato?, también tengo anotado las excéntricas: ¿cuándo te vas de viaje a quién pides permiso a tu papá o a tu mamá? ¿por dónde comienzas a planchar tu camisa? ¿qué significa la frase: la palta se acaba y no se vende? 

 

En casi todas las empresas que postulé, quedé en la terna final, después de la última entrevista me decían “lo vamos a llamar”. Hasta ahorita estoy esperando.

Cuando estaba a punto de recurrir a mi red de contactos, recibí un mensaje de texto, el mensaje fue muy puntual: Por favor comuníquese con edificaciones universo, con el señor Jorge Benavides Cabrera.

 

Lo llamé, sentí su voz cansada de día viernes, lo imaginaba recostado en su escritorio contestando el teléfono, sin mover la cabeza, casi por dormirse. Me citó para el día lunes a las nueve de la mañana con el que sería mi jefe, el Gerente Corporativo de Prevención y Riesgos. Cuando le pregunté por el nombre del Gerente, colgó el teléfono.

 

Felizmente guardé el recorte del aviso en mi agenda, aquí esta: “Sólida empresa del sector inmobiliario en pleno proceso de expansión, está buscando a un Sub Gerente de prevención y riesgos” Me llamó la atención la frase: Se ofrece un inmejorable ambiente de trabajo y sueldo por encima del promedio” con letras grandes y en negrita.

 

El aviso lo volví a ver en el periódico mural en la sala de espera. Me caracterizo por ser puntual y llegué tres minutos antes, me recibió una señora gorda, canosa, más baja que yo, con una luna de su lente rota, le adornaba a su vestido azul oscuro un collar de bolitas blancas, ojo, no eran perlas.

- El ingeniero está por llegar, me dijo, y desapareció haciendo sonar sus tacos en el piso de madera encerada.

 

La sala de espera, era pequeña, tenía las ventanas en lo alto, casi llegando al techo. Me senté en un cómodo sillón de cuero roto y leí todos los artículos del periódico mural, las revistas de deporte y periódicos cuyo color amarillo delataban su antigüedad. Observé el reloj, eran las 9 y 45 la mañana. Escuché un ruido que se acercaba detrás de la puerta y al abrirse apareció la señora de limpieza, rociando un desodorante.

- Perdón señor.

- No, siga nomás, tengo una cita con el gerente.

- ¿A qué hora lo han citado?

- A las nueve, le contesté.

- Ojalá lo atiendan por la mañana. Por si acaso, al frente hay un restaurant que venden un buen menú. 

 

Dicho esto, se retiró. Tuve la clara sensación que solo había ingresado para decirme eso: “Ojalá lo atiendan por la mañana”. Me dejó intrigado.

El golpe de la agenda contra el suelo de madera, me despertó. Miré el reloj: once de la mañana. ¡Y nadie me atendía! De repente me llamaron y estaba dormido, ¿a quién pregunto? Me levanté preocupado, pero firme para traspasar la puerta y preguntar por el gerente. Pero él apareció primero.

 

¿Ingeniero Renzo Gonzáles? por aquí por favor, la voz provenía de una persona de estatura mucho más baja que la mía, le pude ver la luminosa calva, tenía lentes, y su sonrisa descubrió dos grandes dientes. Me invitó pasar a su oficina, desde afuera se podía percibir que estaba totalmente iluminada, tenía de pared una mampara y su nombre figuraba con escarcha plateada, mi nombre es Walter Navarro, me dijo estirándome su mano.

- Felicitaciones, ingeniero usted ha llegado a la última fase del proceso de selección, que es la entrevista conmigo.

- Gracias. Le dije.

- He visto los informes y todo está bien. Ya pasó exitosamente todos los filtros y la entrevista conmigo será muy corta, porque empezaremos el lunes.

Pensé que las tres horas que me habían hecho esperar, eran para evaluar mi tolerancia, pero que importa, saliendo de aquí me iría al restaurant que está al frente, deben de estar preparando un jugoso lomo saltado pues el olor se filtra hasta aquí, en esta lujosa oficina cuyo escritorio está rodeado de fotografías de niños y globos de colores rosado y celeste.

- ¿Qué haces los fines de semana? me preguntó.

- Me dedico a leer novelas en idioma alemán, para practicar el idioma.

- ¿Participas en algún club?

- Solo de ajedrez, es un grupo que se formó en mis épocas de universitario, nos reunimos una vez al mes, desde hace diez años.

- O sea ¿qué no vas al campo ni al aire libre?  veo que tenemos algo en común.

- Por el momento no.

- Yo también me quedo en mi casa, me gusta estar en la piscina con mis cuatro hijas, las cuatro tienes cinco años, están en inicial ¿sabes? las cuatro se llaman Marissa, dijo, resaltando la doble ese.

- ¿Y cómo las diferencian en el colegio?

- No sé, yo las llamo por su segundo apellido. He tenido cuatro esposas. 

Me quedé en silencio, entonces el continuó.

- El día lunes comenzamos en la nueva obra, es una urbanización que tenemos a diez minutos el centro de Lima, aquí está la maqueta.

- ¿Y cómo se llama la urbanización? Pregunté.

- Elena, a secas, urbanización Elena, en homenaje a mi actual novia y espero sea mi quinta esposa.

- Entonces comenzamos el lunes, el bus parte de aquí de la oficina central.

- ¿Está claro lo de tus ingresos? volvió a preguntar.

- Si claro, le contesté.

- Serías un loco si no aceptas, pagamos casi el doble que las empresas del rubro, ya en el camino te darás cuenta de otros incentivos. 

Señalando la maqueta, me indicó que al lado izquierdo estaría mi oficina.

- Como hace mucho calor, instalaremos aire acondicionado en tu oficina.

Decidí no contestarle y me quedé observando la maqueta, que por su tamaño y dimensión demostraba la capacidad financiera de la empresa.

 

El lunes conocí la urbanización, bueno si se le puede llamar urbanización, porque era una pampa, ni siquiera estaba delimitada, al fondo observé a unas personas trabajando.

Me dirigí al que parecía el capataz.

- ¿Esta es la obra de la empresa edificaciones universo?

- Sí, estamos comenzando la obra ¿y usted quién es?

- Soy el ingeniero Renzo Gonzáles, sub gerente de prevención y riesgos.

- Ah ya, aquí le diremos inge.

Primera vez que escuchaba el diminutivo inge, no lo tome a mal, además era una forma de conocerlos.

Me acerqué a la cuadrilla y pregunté quién era el jefe del grupo.

Dejando a un lado su pala, se me acercó un tipo delgado, bien peinado.

- Usted debe ser el inge, le informo que desde hace una semana, estamos cavando en esta zona y hemos encontrado cerámicos y telas que deben ser incaicos.

- ¿así? le respondí casi automáticamente. 

- Claro, pues inge, estamos en una zona arqueológica.

- ¿y quién los autorizó a cavar aquí?

- Nos dijeron que hoy venía el supervisor que nos daría las indicaciones y los uniformes. Ese debe ser usted.

¿Supervisor? pensé, ese no es mi puesto. No me quise complicar y seguí caminando por el terreno, no había ningún cerco, ni señal de división en tremendo terreno. A las doce aparecieron unas señoras con unos niños cargando unas canastas y botellas. Llegó el almuerzo, alguien gritó y dejando los picos y las palas, corrieron a rodear a las señoras. Todos almorzaron, menos yo.

Ya de noche, cuando regresé a casa, leí atentamente el aviso de convocatoria, en efecto, no me había equivocado de empresa. Pero ¿la maqueta? ¿mi oficina? ¿el aire acondicionado? ¿soy sub gerente o supervisor?

 

Pensé que al siguiente día, alguien de la oficina principal me brindaría mayor información, pero no, estaba equivocado, solo la contestadora repetía el mismo mensaje: “Edificaciones universo, les da la bienvenida, si sabe el anexo márquelo en este momento, si no en breves momentos la operadora le contestará”, lo intenté hasta tres veces, después lo hice en la tarde. Nunca me contestaron. Llegué a grabar de memoria el mensaje cuya voz era muy parecida a la señora de limpieza.

El día viernes, llegué en mi carro, no supe explicar porque la empresa ponía un bus para treinta personas si solo me llevaba a mí, por razones prácticas y de tiempo, cogí mi carro aun sabiendo que tendría que llevarlo a lavar al otro día. Apenas bajé del carro, me rodearon, ingresé asustado a la zona de trabajo, pensé que querían hacerme algo, logré ver rostros alegres, barbas, frentes, y manos pegadas a las ventanas y al parabrisas. Inge hoy es día de cobro, hoy día cobramos, bajé la luna, ¿hoy es día de pago? Claro nos dijeron que hoy nos pagaban en efectivo. ¿a qué hora nos pagará inge?

 ¿Yo? pensé, ¿yo voy a pagar? Tratando de manejar la situación, salí del carro y busqué al capataz.

- ¿Así que hoy pagan?

- Si Inge, aquí tengo anotado lo que recibirá cada trabajador, incluida las horas extras

- ¿Y cómo calculaste las horas extras? 

- Las personas que tienen más de treinta años, reciben el veinticinco por ciento adicional. O sea, yo, mis tres hermanos y mis dos cuñados.

 

Decidí reunir a todo el personal para la charla de cinco minutos. 

Ya había dictado varias charlas en mis anteriores trabajos, cuando los llamé, percibí que muchos de ellos estaban con la ropa planchada como si estuvieran listos para salir a pasear con la familia.

Fue un poco frustrante porque no me prestaron atención, por más esfuerzo que hice alzando la voz. Ellos me hacían señas con las manos, preguntando a qué hora pagarían.

Bueno chicos a trabajar, les dije. Tomé mi celular dispuesto a llamar a la oficina principal. Esta vez, sí reconocí perfectamente la voz de la señora de limpieza. Me preocupó el mensaje: “El número que ha marcado no existe…”

 

Pregunté a un grupo de trabajadores si habían recibido alguna charla de seguridad, me contestaron que no, que una persona calva, con lentes y dientona, fue a la ferretería de la zona y puso un aviso el día lunes: “Empresa sólida, necesita contratar personal obrero, para importante obra. Presentarse día lunes, al costado de la zona arqueológica. Se ofrece buena paga puntual los días viernes.” y estaba firmado por un tal Renzo Gonzáles, supervisor de la obra”

 

Me quedé inmóvil con lo que me dijeron, pero no quería demostrar que habían sido engañados. A mí me entrevistaron el día viernes y ese aviso estaba publicado con mi nombre el día lunes de esa misma semana. En la empresa solo me conocían de nombre por mi currículo vitae.

 

Cogí instintivamente mi teléfono y llamé de nuevo a la oficina central, esta vez el mensaje fue inexplicable: “Si deseas apoyar a nuestros hermanos de la sierra, que están sufriendo de las heladas, deja tu contribución en la cuenta de ahorros del banco nacional, cuenta en dólares número…” Colgué imaginando a la señora de limpieza detrás del hilo telefónico.

Fui al fondo de la pampa y pregunté quién les había entregado los picos y palas. 

- El señor de la ferretería nos la alquiló, pero nos dijo que eso estaría incluido en los descuentos del pago. Al menos eso quedó con el señor calvo.

- A propósito inge, sabe usted ¿a qué hora vienen a pagarnos? porque nos dijeron que era en efectivo.

- Si justo voy a llamar a la oficina, para decirles que vengan a las tres de la tarde, después del almuerzo.

- Gracias inge.

Me alejé del grupo. Hice el ademán de marcar un número y hablar por teléfono, alcé la voz como para que me escucharan:

 Sí que tal, solo para confirmar que procedan con el pago, aquí están los trabajadores esperándolos. ¿A qué hora vienen?  ¿a las tres? genial, muchas gracias.

Cuando comenzaron a llegar las señoras con el almuerzo, aproveché para subir a mi carro, por suerte un avión pasó por la zona, encendí el motor y aceleré con dirección a la carretera. Por el espejo retrovisor pude ver las gotas de sudor en mi frente y al fondo las imágenes de los trabajadores, que empezaban a confundirse con el polvo que provocaba mi rápida huida del lugar.

Enrumbé hacia la oficina principal, así me aseguraría que alguien me explique lo que estaba pasando. Llegué a la puerta y noté que había sido retirado el intercomunicador. Toque fuerte, muy fuerte. Llamé por teléfono y ni siquiera sonaba el timbre. En la ventana había un aviso en papel blanco, me saqué los lentes, me limpié el sudor, podía sentir palpitaciones en mi rostro. Leí el aviso: “Edificaciones universo, les comunica a sus proveedores, clientes y amigos, que nos hemos mudado de local, mayor información con el Ingeniero Renzo Gonzáles, teléfono 956 765 6554. Las facturas pueden enviarla al correo renzo.gonzales@gmail.com . Gracias” Ese correo y ese teléfono lo habían copiado de mi Currículum. 

 

Arranqué la hoja y me fui al restaurant del frente. Estaba vacío, apenas me vio llegar el mozo se me acercó y me dijo:

- Buenas tardes. tenemos el menú, pero se nos ha acabado el lomo saltado. A propósito, veo que usted viene del local de su empresa, se fueron el lunes por la tarde, y nos dejaron un documento indicando que el ingeniero Renzo Gonzáles vendría a pagar las deudas que tienen con nosotros, ¿conoce usted al ingeniero Gonzáles? ¿sabe cómo ubicarlo?

- No, no lo conozco. Le mentí.

Apenas el mozo se dio media vuelta, salí presuroso a la calle. Apagué mi celular, jurando nunca más encenderlo.

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